
Esa tarde caía un torrencial aguacero en Barranquilla y como era de costumbre, nadie salía en la ciudad cuando esto sucedía. Mi padre había llegado temprano del trabajo y eso nos daba la oportunidad de encontrarnos y compartir experiencias.
Era muy común entre nosotros hablar por horas y hasta quedarnos dormidos en el camino. Recuerdo que el tema nos llevó a vislumbrar el futuro y contarle un poco mis planes después de estudiar en la universidad.
Entre risas y sueños mi padre nos contaba cómo a los 12 años ya tenía su primer trabajo: “Conocí a alguien que trabajaba en la gasolinera más cercana y un día se me acerco y me dijo: “Oye pelao, no quieres camellar? No lo dudé dos veces y le pregunté a mi abuela.
Ella un poco dudosa me respondió: Bueno mijo pero con juicio y ten cuidado con los carros. Así comencé mi primer trabajo, en una gasolinera”.
“Muchas veces me regalaban propinas y el día que me pagaron mi primer
sueldo, ya tenía pensado cómo lo quería gastar, después de darle algo a mi abuela Sara”. Inmediatamente le pregunté cuál había sido ese plan.
Me dijo sin dudarlo: “Quería comerme todos los helados que pudiera y así fue. Mi primer sueldo se fue casi todo en helados de Vainilla y de Ron con pasas.
Mi sueño era muy sencillo, el de un niño que casi nunca podía tener lo que pedía; pero que cuando se lo ganaba por su esfuerzo, no desaprovecharía la oportunidad de hacerlo”.
“Creo que eso explica por qué casi todos los días te esperábamos con ansiedad para que nos llevaras a comer helado”, le dije. Pareciera que fue hace poco cuando nos subíamos en la parte trasera de su camioneta e íbamos al “Mediterráneo” o a helados “La Fuente” y pedía el de fresa, mi favorito. Al final de la tarde, terminaríamos en el parque corriendo y jugando al escondido.
Mi padre tenía el talento de contar historias y no sólo eso, fue alguien a quien
le gustaba impulsar a los demás y hacerles saber que nada era imposible y que en lo sencillo de la vida, también se podía encontrar satisfacción.
Parecía muy simple el sueño de aquel niño inocente, ávido de aventuras sin importar los riesgos; sin embargo su sueño se convertiría en la ilusión diaria de sus hijas, y para nosotras ya no era un sueño, era un pacto de honor, de complicidad, pero ante todo, de amor.
Fuí amigo de tu padre ,me acuerdo tanto cuando iniciamos a entrar a internet ,a través de una cuenta internacional , aún en esa época no habia internet en Colombia y entrabamos a una página en Uruguay con unos computadores Kaypro II y Osborne. Ustedes estaban pequeñas ,y nos quedabamos hasta altas horas de la noche ,charlando y departiendo unos whiskys ,en uno de los cuartos de su apartamento y el nos llamaba Los Chicos del Computador. Que época muy bonita.
Hoy día asesoro en tecnología a varias empresas de tv por cable e internet, acá en Colombia.
A sus ordenes cualquiet colaboración.
Un abrazo fuerte!