Entre madrugadas y patines

No sé en que momento se le ocurrió a mi padre la idea de levantarnos a las 5:00 de la mañana para ir a patinar. A los 14 años y siendo la mayor de cinco hermanas, la idea me pareció única y divertida, además de ser un reto para mi.

Mi padre creía firmemente en que debíamos hacer ejercicio y esa hora sería la mejor hora para transitar desde el hotel el Prado en Barranquilla, hasta el parque Suri Salcedo. Mi padre era un hombre muy creativo y para esa época, un psicólogo amigo suyo, le recomendó que la actividad física nos ayudaría, especialmente a las tres mayores, en cuanto al manejo del stress, además de darnos la oportunidad de compartir tiempo en familia.

Mientras mi madre dormía con las dos más pequeñas, nuestra aventura con mi padre comenzaba desde muy temprano. La calle 72, usualmente muy transitada, estaba a nuestra completa disposición.

Patinar por la calle sin preocuparnos de los carros y sintiendo el fresco de la madrugada, nos hacía sentir con mucha energía y con ganas de volver al día siguiente. Recuerdo que mi padre nos seguía de cerca, siempre atento ante cualquier caída o alguna parada por cansancio.

Llegar al parque era aún más divertido. Había una pequeña pista de patinaje que le permitía a mi padre sentarse a descansar mientras nos veía patinar.

Sentía que él disfrutaba mucho ese momento. Cualquier día inventaba un concurso o una carrera entre las tres, claro la mayor siempre tenía que darles ventaja, así que muchas veces no fui yo la primera en llegar, pero entre su mirada y un guiño de ojo, ya entendía que a veces era bueno que ellas ganaran también.

Llegaba la hora de irse y nos apresurábamos a llegar a la casa para comenzar nuestra rutina escolar. En el camino veíamos el amanecer y escuchábamos el canto de los pájaros como si anunciaran que ya era hora de admirar la belleza de la creación. Cómo olvidar esos momentos de aventura al lado de mi padre. Creo que el esfuerzo de la levantada temprano valió la pena.

Aprendí que era capaz de lograr lo que me propusiera, que con la familia los momentos cobran significado, que Dios siempre estuvo y estará mostrándonos Su amor y que, para ser un buen padre, sólo tienes que dejar que tu voz de aliento nunca le falte a tu hijo.

Gracias, papá, por tu voz cálida, por ese guiño de ojo que nos hacía cómplices y porque podemos irnos físicamente; pero las experiencias vividas, esas, te acompañan siempre.

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